600 días de genocidio: mover la lengua de otro modo
Se cumplen 600 días de genocidio en Gaza y todavía cuesta que en muchos espacios se mueva la lengua de otro modo
Una de las ilustraciones de Francisco Goya y Lucientes sobre la Inquisición muestra a un hombre señalado, posiblemente torturado. Debajo se puede leer una leyenda: “Por mover la lengua de otro modo”. Todavía es difícil mover la lengua de otro modo en demasiados espacios, en demasiados lugares.
El arte es la cima de la expresión humana genuina. Ser artista es saber ser libre, no tener miedo, no acatar límites. Es saber mover la lengua de otro modo.
Sin artistas capaces de ser libres y transgresores las sociedades serán más grises, más miedosas, más vulnerables, menos poderosas. La industria capitalista voraz marca, condiciona y modela. Lo estamos viendo estos días, de nuevo, ante la celebración de Eurovisión.
Si algún día llega la cordura, se hablará de quiénes fueron valientes y de quiénes contribuyeron a aportar normalidad a unos crímenes que condicionan no solo nuestro presente, también nuestro futuro. Hablar de Gaza no es hablar solo de los palestinos. Es hablar de nuestros derechos, de nuestro propio futuro. Si algún día llega la cordura, a todo el mundo le gustará decir que siempre tomó partido, pero la mayoría estará mintiendo.
Se cumplen seiscientos días de genocidio israelí en Gaza y todavía hay silencio, miedo a hablar, tergiversaciones, desconocimiento y confusión en esta Europa sorda y ciega. También hay una ronda cosmética con la que varios gobiernos europeos muestran que son capaces de decir algo, incluso de anunciar acciones de presión concretas, pero siguen sin adoptarlas, sin hacer, sin cumplir, sin actuar.
La Corte Internacional de Justicia, en su dictamen del pasado mes de julio, pide a los países de la ONU que impidan “relaciones comerciales y de inversión” que contribuyan a la ocupación ilegal israelí. Esto supone, en la práctica, suspender no solo las relaciones armamentísticas -que continúan con Israel a día de hoy- sino todas las relaciones con empresas y entidades israelíes que operan y hacen negocio en los Territorios Ocupados Palestinos. La Corte ha dado herramientas a la política, a los Estados, pero éstos siguen ignorándolas.
La opinión pública y las grandes manifestaciones en ciudades como La Haya, Londres o Madrid influyen en los gobiernos. La presión social, las encuestas, la movilización, las investigaciones que demuestran que continúan las relaciones armamentísticas con Israel, condicionan las decisiones en los centros de poder. Esto, unido a los pasos en el campo jurídico -las órdenes y dictámenes de las Cortes de La Haya o la demanda en Reino Unido contra el Gobierno británico, por ejemplo- tiene efectos, pero aún son insuficientes.
Ante crímenes de gran envergadura, la indiferencia contribuye a que éstos continúen. Sin acción internacional real, las matanzas israelíes son más fácilmente realizables. La obligación de las sociedades libres y democráticas es denunciar, empujar, protestar, organizarse. Para decir no en nuestro nombre. Para poder contestar a nuestros hijos e hijas, el día de mañana, que sí, que sí hicimos algo, que no quisimos aportar normalidad al apartheid.
Llevo treinta años cubriendo la cuestión palestina. He vivido y trabajo allí, he escrito varios libros sobre ello, para los que investigué, observé, entrevisté, escuché, reflexioné, comprobé. Por eso aprendí, hace más de veinticinco años, que no hay que dar a las declaraciones políticas categoría de hechos, algo que los países europeos practican a menudo. Una cosa es lo que se dice y otra, lo que se hace. La población palestina, el derecho internacional y los derechos humanos necesitan de sociedades responsables y vigilantes.
La historia, desde hace décadas, muestra que Israel no obedece cuando se le plantean peticiones, ya sea a través de declaraciones públicas o a través de resoluciones de la ONU. Solo cumplirá si se le obliga a ello, con sanciones, con suspensión de relaciones comerciales y diplomáticas, con presión real. Con medidas que aún no se han adoptado, seiscientos días después.
No, los países de la UE todavía no han suspendido relaciones comerciales, diplomáticas y armamentísticas con Israel, y Bruselas no ha aprobado ninguna sanción, ninguna medida de presión. Nadie podrá decir que no lo sabía. Es urgente crear las condiciones que obliguen a Israel a entender que el precio de matar y de oprimir es más alto que el de no hacerlo. Es obligación cumplir con los mandatos internacionales para que Israel abandone sus planes.
Como me dijo hace muchos años el activista judío israelí Rami Elhanan, “Israel solo aceptará un pacto de paz cuando se dé cuenta de que el precio de no tener paz es más alto que el de tenerla”.